Cartas al director. Periódico Nueva España 13-12-2005

Estadísticas en cuanto a la violencia, no realidades


Quisiera que esta carta sirviera para contestar a la firmada el pasado dia 1 de diciembre por Laura López Rodríguez y nueve firmas más.


Bien, quiero empezar diciendo que soy mujer y como tal me solidarizo profundamente con todas aquellas que sufran malos tratos o que incluso hayan llegado a morir por causas «siempre» injustificadas; pero también soy un ser humano y como tal me solidarizo también con todos aquellos que sufren algún tipo de maltrato o violencia independientemente de su sexo.


Debo decir que comparto, aunque con matices, sus teorías en el fondo, pero no en la forma, porque ejercen violencia verbal contra la persona que contesta su carta (presidente de la Asociación de Padres de Familia Separados), y ademas, creo que se pierden demasiado en estadísticas que no siempre son del todo veraces, o dependen de quien las facilite.


Debo decirles que comparto mi idea con los que piensan que el término violencia de género es discriminatorio contra el hombre, puesto que, como ustedes bien dicen, si el género va en función del sexo debería tratarse por igual el ejercido por hombre a mujer que por mujer a hombre, y todos sabemos que no es así.


No estoy en absoluto de acuerdo en que las causas por las que un hombre agrede a una mujer sean diferentes a las que hacen que una mujer agreda a un hombre. Todos sabemos que en general algunos hombres canalizan su frustración, su ira, por medio de la violencia física ejercida de un modo impulsivo, y aunque las mujeres no se dejan llevar en general por un impulso, cuando agreden lo hacen de una forma totalmente devastadora, cruel, con premeditación, alevosía, nocturnidad y todos los demás atenuantes que se le puedan imputar.


Nos olvidamos, sin embargo, de la violencia más generalizada, que ustedes también mencionan, la que más cantidad de víctimas genera y en la que las mujeres somos auténticas expertas, y es ésta la violencia psicológica, motivo fundamental por el que yo escribo esta carta.


Digo que las mujeres somos auténticas expertas porque la hemos venido ejerciendo durante años, y aun hoy en día la ejercemos a nuestras víctimas propiciatorias, que son, en su mayoría, niños, nuestros hijos.


Yo he sido una niña maltratada psicológicamente por su madre. Mis padres se divorciaron cuando yo tenía 9 años y mi hermana y hermano 8 y 7, respectivamente. Mi padre salió de nuestra casa y lo que se podía haber vivido de una forma natural se convirtió en algo por lo que aún hoy en día sufrimos secuelas mis hermanos y yo.


Mi madre poco a poco fue minando nuestra capacidad de racionalizar y de pensar. Todos los días, uno tras otro, teníamos que oír lo horrible que era mi padre, las cosas que había hecho, y las que seguía haciendo. Teníamos que oír que no nos quería, que por eso se había ido de la casa, que nos quería hacer daño y que todo lo que hacía era para fastidiarnos la vida. Esto creó en mis hermanos y en mí una situación tremenda de inseguridad, pero sobre todo de miedo, que fue canalizado optando por no querer ver a mi padre. Lo contrario significaba una amargura con mi madre, y para tres niños pequeños lo más fácil es buscar la solución que les da tranquilidad.


Mi padre no paró, en todos los años que estuvimos separados, de luchar para ejercer sus derechos como tal (lo que mi madre decía que era para fastidiar y hacernos daño) y me consta que vivió los peores años de su vida separado de sus hijos sin haber hecho nunca nada para merecerlo.


Cuando tuve 16 años empecé a preguntarme qué pasaría si contactaba con mi padre, aunque no fuese más que para saber cómo era. Así lo hice, y me di cuenta que era un ser maravilloso que el único pecado que había cometido había sido separarse de mi madre, hecho por el cual ésta había tomado revancha. Convencí a mis hermanos de hacer lo mismo que yo, y darse la oportunidad de conocerlo y se dejaron guiar por mí, su hermana mayor. Pronto descubrimos los tres que mi madre, con sus resentimientos, nos había privado toda nuestra infancia de un ser maravilloso, que había sufrido por la pérdida de unos hijos sin merecerlo (nadie lo merece) y que había luchado hasta el último momento por recuperarnos. La justicia nunca le dio la razón, pero el tiempo es el mejor juez y puso las cosas en su sitio. Hemos recuperado a nuestro padre, y aunque nunca podremos recuperar el tiempo que perdimos sin él, ahora nos estamos dando todo. La que peor parada ha salido en toda esta historia ha sido mi madre, a la que no le perdonamos habernos privado de nuestro padre. Es, por tanto, que seguimos sufriendo las secuelas del maltrato psicológico propiciado por nuestra madre, dado que no fuimos niños normales al haber sido privados de nuestro padre, y ahora no somos adultos normales, porque nuestro resentimiento no nos permite perdonar a nuestra madre.


Todas estas vivencias me han hecho concienciarme con el problema que vive hoy día nuestra sociedad y hacerlo de una manera activa; y en toda mi andadura he podido comprobar que los auténticamente maltratados son los más indefensos (los niños), pero no menos maltratados son sus padres hombres a los que se les impide tener una relación de equidad con sus hijos.


El peor negocio de un hombre hoy día es divorciarse, porque sabe positivamente que a partir de ese momento comienza un verdadero vía crucis por juzgados y comisarías.


He visto hombres (muchos, no uno), con sueldos de 200.000 pesetas, ser «condenados» a pasar pensiones de 175.000 pesetas mensuales. Esto, añadido a que tienen que salir de su casa con una mano delante y otra detrás y pagar su propia vivienda y manutención. Díganme ustedes cómo lo hacen. Yo se lo diré, comiendo en los hogares de caridad (dense una vuelta por ellos y verán que están llenos de hombres divorciados a los que se les ha sacado hasta la última peseta). Son condenados a no ver a sus hijos y a ser manipulados por este hecho constantemente por sus ex mujeres. No se engañen y díganme si no han oído comentarios del tipo, «si no haces esto, no ves más a tus hijos» y se salen con la suya, y lo peor de todo es que el sistema judicial, saturado de juezas «hembristas» y fíjense que digo hembristas y no feministas, ampara a las mujeres hasta la saciedad.


Eso que ustedes llaman lindezas como la de «Mujer, hunde a tu ex...» no es tan extraño, pues, aunque ustedes cierren los ojos a la realidad y no quieran ver más que lo que quieren ver y tengan sordera y ceguera selectiva, ocurre. Se contrastarán mucho las denuncias para cerciorarse de que no sean falsas pero déjenme decirles que se contrastan poco o se contrastan mal, o no interesa demasiado contrastarlas, puesto que existen. Si una mujer denuncia a un hombre por malos tratos, la primera medida es dictar una orden de alejamiento del hombre hacia la mujer y sus hijos. Como la justicia en España es tan rápida, algo de esta índole se tarda en ver de ocho meses a un año, tiempo durante el cual el hombre ya ha sido condenado (¿dónde está la presunción de inocencia?) a no ver a sus hijos. Todo esto para darse cuenta de que la denuncia no tiene fundamento, con lo cual a la mujer le dan una regañina del tipo «no lo vuelvas a hacer y págame 20 euros» y el hombre, mientras tanto, ha perdido un año de su vida sin sus hijos, y lo que es más grave aún, los hijos sin su padre.


El tiempo ha querido que hoy día esté casada con un hombre maravilloso que ha colmado todas mis expectativas como mujer. Tenemos un hijo, del cual ha demostrado ser maravilloso padre. Sin embargo, él ha estado casado anteriormente y tiene dos hijos a los que no puede ver. No es que yo tenga imán para estos hombres, es que hay una auténtica plaga de hombres institucionalmente maltratados, por desgracia para nuestros menores.


Pues bien, díganme qué baremos utiliza la justicia actual para decidir que mi marido es buen padre para mi hijo y mal padre para los de su anterior matrimonio. Esto es una auténtica locura.


Los hijos de mi esposo sufren lo que yo he sufrido de pequeña y a lo que ahora puedo darle un nombre: SAP (síndrome de alienación parental). Ya les he explicado lo que esto significa con mi vivencia de niña. Pues bien, se calcula que lo sufren hoy día en España más de 20.000 niños.


Si todos ellos hacen justicia en un futuro contra sus madres como mis hermanos y yo la hemos hecho con la nuestra, no faltará quien diga que eso es un tipo de violencia (ya le darán un nombre) contra las mujeres, ejercida, a buen seguro, por los hombres.


Lo único que nos queda es esperar, que todas aquellas mujeres que están sistemáticamente en contra de concederle algún derecho a los hombres, se vean afectadas en sus propias carnes cuando todo esto les pase a sus hermanos, hijos, primos y demás familia, porque créanme que esta injusticia es cometida contra los hombres como venganza histórica y no entiende de clases sociales. Cuando les toque empezarán a cambiar las leyes.


Crudo, pero real.

María Luisa Fernández y sus dos hermanos
Oviedo